La niña pato
Irónicamente, la niña pato no nació bajo un signo de agua, pero se ha pasado su vida navegando sus emociones como si no tuviese otro medio de transporte. Desde que llegase, destinada a ser la primera de su linaje, y portando un nombre de protagonista de libro, miraba su existencia como si fuese un lago interminable, temiéndole un poco a sus márgenes, pero convencida de que, para algo tenía garras en sus patas con complejo de remo, y que algún día se aventuraría a pisar la tierra, esperando romper el hechizo antidae, esa maldición de especie, que según ella le impedía volar.
A veces se
preguntaba para qué tenía alas, si no podía batirlas lo suficiente para migrar.
Miraba con algo de tristeza a aquellos que, impulsados por una naturaleza
afilada en forma de uve, podían dejar sus pantanos y sus embalses en busca de
una verdadera libertad.
Nadie sabe
de dónde sacó la idea de que no podría surcar el cielo de sus sueños, y a veces
temía ser obligada a intentarlo, pero procuraba no sumar esa
sensación de incertidumbre al resto de sus pesares.
La vida,
sin embargo, tiene extrañas maneras de enfrentarnos con nuestro propio reflejo,
más allá de la claridad de un agua llena de nenúfares, que parecían apartarse para
mostrarle de frente las oportunidades autonegadas. A través de las historias,
conoció muchos mundos y descubrió el tesoro que eran las letras, tesoro que
aprovechó para escribir poemas en envoltorios de dulce, para hacerse de
palabras inventadas que podían pertenecer a un lenguaje lejano, para diseñar artilugios
que detuvieran una historia cuando ella debía interpretar su papel en la vida
real.
Pocos
podrían entender lo que pasaba en su mente y en su corazón mientras flotaba risueña
en su mundo de fantasías, pero allá, debajo de su piel gentil cubierta con su
armadura de plumas, sus anclas al mundo batallaban por mantenerla a flote sin
despertarla con un golpe de realidad. Allí estaba, a veces impasible y a veces
irascible, cerrando con fuerza el instrumento aplanado que usaba para proyectar
su voz.
Así van
pasando los años, coqueteando con la idea de sentir las cosquillitas que le
producirían las orillas, y tratando de hacer frente al miedo. Por qué ahí, en
los pliegues traumados de su memoria, permanecía el miedo.
Temía no
ser suficiente para la tierra de la que sus antepasados habían sido exiliados,
antes de ser una legión regada por el mundo.
A veces, sus días son un baile de preguntas sobre por qué el futuro no la llena de plurales, por qué se siente tan distinta de día que de noche, por qué es más fácil leer historias que vivirlas, y por qué aún la vida no le dio la valentía del cisne de un cuento perdido. A veces se queda mirando su reflejo sin saber que más imaginar, pero esta vez es diferente, porque ahí, frente a ella, hay otra niña pato que la estuvo esperando toda la vida.
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