Misión de reconocimiento

 La de ayer se prometió ver hacia atrás cada cierto tiempo, para mirarse en el espejo de su pasado, sin estar segura de que reconocería si quiera partes de ella misma. La que fue a los veintiséis aún vive dentro de ella y cada cierto tiempo se revisa a ver si aun sigue viva a pesar de que sus células, todas ellas, ya se han renovado por lo menos una vez.

Es fácil deletrearse en tercera persona cuando ese espejo te muestra algo que por momentos desconoces, pero también fácil recordar quien fuiste cuando dolores, lamentos y certidumbres nacen a partir de lo que fue real cuando fuiste otra. Soy las muchas que han vestido con mi piel y las que iré acumulando mientras pueda seguir reviviendo con la excusa de envejecer.

Hoy, mis uñas de los pies están pintadas de rojo, demostrando que lo impensable se vuelve posible cuando maduras y adquieres un poco más de amor propio. Mis extremos de carne y hueso me sostienen con más seguridad que antes, no solo porque les peso menos, sino porque parársele a la vida de frente es una obligación pactada conmigo misma. Mis piernas ya no son objeto de mis complejos, pero si de una comezón loca cuando estoy cansada, lo que me hace preguntarme si esta tregua durará tan poco, como para que se me olvide demasiado pronto que fui tan firme como para notarlo. Mis rodillas, siguen ahí, pero afortunadamente prefieren fallar cuando estoy de pie y nunca estando de rodillas, y aunque flaquean de vez en cuando, nunca juegan tan sucio como abandonarme a mi suerte en el suelo.

Mis muslos tienen, tal vez, un poco de piel que sobra, pero no tan evidente como para sentir que no me pertenece, y mis nalgas, añoran un poco la gracia que las mantenía un poco más visibles. El tono de mi piel se siente tan ambarino como de costumbre, pero realmente me esfuerzo en hidratarla, ahora sí, como quien necesita prevenir la llegada de una resequedad permanente llamada vejez. También me he dedicado a hidratarme por dentro y procurarme una existencia líquida que me permita amarme hacia adentro con la misma intensidad y amplitud que amo hacia afuera.

Mi pubis y todo lo que se adosa a él está cada vez más consciente de que ahí es donde anida la magia, aunque mi vientre sea incapaz de retenerla, pero mi alma trabaja sin fatiga en aceptarlo como tantas otras cosas que no puedo cambiar. Mi cintura sigue siendo asidero para las manos que quieran reposar sobre mis caderas algo desprovistas de tejido adiposo, y mis costillas se atreven a asomarse allá donde mi torso está a punto de encontrarse con mi busto disminuido y perfecto. Mi espalda duele un poco menos que antes, pero continúa sonando a su propio ritmo cuando algún percusionista me golpea y me agita.

Mis brazos de vez en cuando se animan a ejercitarse a ver si los pliegues se convierten en contornos mejor definidos, pero honestamente aun no logro que se convierta en hábito. Mis clavículas y mis hombros son otra historia, porque son el manifiesto de mi estructura ósea sincerándose y prometiéndome que sabrán lidiar con la tensión que se acumula en mis músculos antes de convertirse en contractura. Mi cuello, según algunos pareció alargarse con el paso del tiempo, probablemente por la costumbre de proyectar mi pensamiento hacia mis versiones futuras.

Mis manos, resecas de tanto protegerme del enemigo virulento, parecen finalmente las manos de una persona de mi edad y un hormigueo se apodera de ellas cuando mi mente se queda en pausa.

Mi cabello está lo más largo que ha estado en años y matizado por mi decisión de ponerlo en buenas manos, así como he puesto mi corazón desde hace tanto.

Mi rostro ha cambiado y por momentos me confundo. La mayoría de las veces no reparo mucho en que ahora luzco diferente, pero a veces tengo que detenerme a procesar que ese reflejo es mío en esta encarnación y no en otra, que no me tomó otra vida transformarme y que podré hacerlo de nuevo de ser necesario. Mi cerebro cada vez se estalla menos de manera figurada y sigue intacto protegido por una cavidad craneal diseñada a manera de cofre para un tesoro.

Mi alma se guarda tan cómoda como siempre en este hogar que he decorado a mi gusto, y se cuestiona si no faltará poco para que se le quede pequeño este disfraz de ser humano, pero mientras tanto yo me procuro una vida en la que aceptarme poco a poco, preparándome para dar el esperado salto a mi próxima forma, que espero que sea un poco más gaseosa.

Hoy tengo treinta y siete años y esta fue la misión de reconocimiento que tenía pendiente.



Comentarios

  1. Una misión que nunca acaba, pues ese ejercicio de reconocernos es algo que podríamos hacer varias veces en la vida. Cada vez que lo hagamos desde el amor y el autoconocimiento, es una oportunidad para integrar tanto nuestra luz como la sombra, para reconocer lo único y especial que es nuestra existencia aquí y ahora. Te quiero y gracias por este encuentro con la Suma Sacerdotisa (que lleva varios días haciendo sus momentos de conexión)

    ResponderEliminar
  2. Wynn casino opens in Las Vegas - FilmfileEurope
    Wynn's first hotel casino in 바카라 사이트 Las Vegas since opening its doors in filmfileeurope.com 1996, Wynn Las Vegas is the ventureberg.com/ first hotel on the Strip to worrione offer such a large selection of goyangfc

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Yoga – Ka, el camino eres tú.

Epístola dominguera

Sobre la infertilidad