Solo tú sabes


Solo tú sabes

inferir la geometría de las marcas en mi piel,
mis manchas,
mis lunares casi cráteres,
mis pliegues,
mis quemadas,
mis vacunas indelebles,
mis estrías intermitentes
y mis arrugas incipientes.

Solo tú sabes
enumerar mis nueve símbolos preconcebidos,
para los que cedí permiso a los artistas,
que me hicieron creerme lienzo.

Solo tú sabes
la intención detrás de esos trazos,
de esa historia mal contada,
y aun sin terminar.

Solo tú sabes
que el primero está cerca del suelo
y que tuvo forma de cuadrado
antes de convertirse en arabesco y en raíz.

Solo tú sabes
que ahí están la génesis de mi vida
con mi otra mitad,
pintados de colores
como si fuesen semillas de peonías.

Solo tú sabes
que esa primera marca llegó un día santo,
para volverme diabólica
a los ojos de quien vive en el prejuicio.

Solo tú sabes
el nombre del sólido platónico
que encontró lugar detrás de mi hombro izquierdo
y cuántos animales de tinta
habitan en mi piel.

Solo tú sabes
cuál de ellos es un animal rastrero,
cuáles son productos de mis fantasías
y cuáles lo son de las fantasías del mundo.

Solo tú sabes
si le puse nombre a alguno de ellos
y si los olvidé como olvido
los besos que me sueño antes de que sucedan.

Solo tú sabes
cuántos corazones tengo,
si alguno de ellos late,
y de cuántas maneras se expuso el infinito en mi dermis.

Solo tú sabes
si algún texto saltó de un encuentro filosófico a mi vida
para instalarse en la frontera viva entre el mundo y mi alma,
en esa tela sutil de agua, grasa y memoria.

Solo tú sabes
si en mis capas el tiempo se lee lineal o plegado,
y si alguna vez me han anestesiado
para tatuarme el ritmo al que pasa.

Solo tú sabes
de cuántas maneras florece mi piel
y si mi hemoglobina es como la clorofila para las rosas,
las orquídeas
y las otras flores sin nombre
que permanecen abiertas cual heridas en un cuerpo
que ha empezado a envejecer.

Solo tú sabes
cuántos pigmentos acepté
antes de expresarme solo con sombras puntillistas,
y cuántas veces me vestí de corteza
para recibir los embates del invierno que trajo el abandono.

Solo tú sabes
hacia qué lado apunta
el cuerno del ser imaginario
que asumí como compañero en pandemia,
y por el que caminé varias horas
haciendo caso omiso del virus que me aterraba.

Solo tú sabes
por qué necesité a un ser de fuego
que acompañara con ímpetu a mi calco favorito
para hacerme sentir fuerte,
mientras el mundo ignoraba mi magia.

Solo tú sabes
qué marca me ha dolido más
y qué símbolo de mi tierra
abotona mi existencia
en la zona previa a mi esternón.

Solo tú sabes
cuál manifiesto de tinta es más invisible al público,
si es el mismo que vive
cerca de mis constelaciones ocultas,
y cuántos nevus habitan
cerca de mi cuello y de mis senos,
y si han cambiado de alguna forma
luego de tantos años
mutando de punto débil en pausa erógena.

Solo tú sabes
cuál se reconoce hoy como el último,
sabiendo que es un apodo finito,
y cuántas personas han tenido
la oportunidad de contarlos todos,
y por qué la respuesta es solo una.

Solo tú sabes
si poseo alguna rosa
que espere a un ruiseñor,
y si en este cuerpo tienen lugar
dogmas que me contradicen,
y si tuve que decidir
ablandar mi mirada para albergar la ternura,
o si lloré mucho
cuando una aguja taladraba mis costillas
para pasar mi dolor del alma
a una sensación de ardor en la piel.

Solo tú sabes
cómo he desdibujado mi esencia
afectando mis células cutáneas,
mientras ellas luchan por ser eternas.

Solo tú sabes
que me creo mapa
y que lo que estoy haciendo
es dejarte pistas
para que sepas leer mis surcos y caminos,
que revelan esa delgada frontera
entre ser y parecer.

Solo tú sabes
que eres un espejo
y que nunca me devuelves una mentira,
oculta en mi reflejo.



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