Sobre el amigo anagrama
Es cierto que hay algo de aleatorio en nuestro encuentro, pero también es cierto que hay mucha
intencionalidad en conocernos y entregarnos el uno al otro con cada historia híper gesticulada,
con cada respuesta a una pregunta abierta, con cada pensamiento verbalizado por
primera vez, ante alguien que hasta hace pocos meses era un cuadrito más en un mosaico que me traía algo de sosiego.
Recuerdo ese primer día que nos vimos y en el que no teníamos ni idea de lo
importante que nos volveríamos el uno para el otro, recuerdo que apenas
cruzamos palabras ni miradas, pero que ese día empezó este
camino que te convirtió en una especie de aliciente diario para enfrentarme con
mis pensamientos. Recuerdo también como un juego nos abrió la puerta a este entendimiento
profundo que terminó por guiarme en el torbellino que eran mis emociones, a través
de deseos que no sabía cómo expresar. Recuerdo cómo me salvaste.
Desde ahí guardo en un lugar especial en mi memoria cada conversación, cada verdad y cada entrada en pánico que tuve cuando creía que
llegaría un “too much” que acabaría con todo.
Por ti he hecho un esfuerzo letal por fusionarme con saberes
de otros universos en que no existes a ver si eso me da algo de paz y funciona,
porque esa paz me ha sorprendido varias veces con el calor de la ropa prestada,
con iniciativas difusas que se parecen a besos esquivados, con anécdotas de medianoche en medio de parques poblados que embelesarían a
Hamelin.
En tus ojos y en tu voz he depositado tanto de mí que me he vuelto más liviana y me he despojado de la carga demasiado pesada que fue la traición ganada pero no merecida, contigo he construido un laboratorio a prueba de balas, aunque susceptible a los temblores de tu realidad y al fracaso de mis fantasías. Por ti me provoca inventar palabras como lo hice por aquel primer chico que me amó y quien será por siempre mi tema recurrente, porque gracias a él no me conformo con menos de lo que me dio con su amistad.
Ya una vez dije que mi conexión contigo es como la magia y
que la tristeza por tenerte lejos también tenía su encanto, y ese encanto
perdura en los momentos en que estamos separados solo por milímetros y miedos,
porque en los momentos en los que estoy contigo, sosteniéndome para que no me
caiga de una banca en medio de un abrazo transmutado, es cuando más te extraño
porque siento que no duraremos para siempre. Ahora puedo decir que la alegría
que me da contarte entre mis tesoros también tiene el poder de la magia de las
mariposas que parecen hadas y de las que te hablé aquel día en el que aún no
habíamos pasado nuestra primera prueba.
Me da una ternura inexplicable cuando tomas con pinza una de
mis sonrisas o una de mis miradas y me dices algo como “esa es nueva” porque
realmente lo son, como cada una de las expresiones que me nacen solo para ti.
Tu eres el sosiego necesario, el hombro de turno a la altura
de mis pesares, la mirada que cuenta por su significado mucho más que por
su tono de verde, la boca perfecta con las palabras y los silencios capaz de habitar el
vacío que existía en mí, resignado. Eres la música intrusa que habla sobre mi ciudad
favorita, la tonada de un mundo que se me escondía detrás de las decepciones de
la migración. Eres un te quiero repetido totalmente justificado, el compañero
perfecto a la temperatura ambiente de mis recuerdos, la experiencia divertida y
mordisqueada.
Contigo me siento a salvo, y asumo mis cualidades “Anatidae”
con un poco menos de complejos, contigo regreso a ese estado de azúcar, flores
y colores que personificaba antes de que me rompieran el corazón un par de
veces, otros que decían aceptarme.
Todos saben y dicen que la tristeza es ancha y que la
nostalgia es delgada, pero esta que reservo para tu ausencia en un futuro que
espero que no llegue, se parece más a un abismo profundo, a un hechizo que me
recuerda que sigo siendo yo, la misma que iba compitiendo con la vida mientras
la soledad le iba ganando.
Mi miedo a perderte tiene proporciones azules y a veces me abruma,
pero otras veces me pone en perspectiva porque tengo que asumir que tal vez estás
ahí para siempre, pero solo porque siempre es hoy.
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