Sosiego

 Tengo muchas sensaciones favoritas, porque si algo soy en la vida, en una sentidora profesional, adicta a descubrir nuevas emociones, que me sacudan o me calmen.

Sin embargo, hoy me toca reconocer que con el tiempo, he aprendido a apreciar los momentos en los que me habita entera, alguna sensación que se parezca a la paz.

Aunque de más joven me era más fácil hallar placer en sensaciones estallantes, hoy puedo decir que de alguna manera me excita la sensación de sosiego, encontrar que ocupo mi lugar en el mundo, pero poseída por una calma que me vuelve serena en cuerpo y alma, aunque mis pensamientos continúen impactando mi inconsciente a una velocidad loca, eufórica. Esto, claro está, no me pasa casi nunca, porque estoy en constante movimiento y aunque me jacto de ello, eso a veces no es más que un grito de auxilio.

Hasta hace unos días no había sido capaz de darle forma a esta idea, porque de cierta forma me he creído lo de que soy autosuficiente, que cualquier sensación que quiera vivir me la puedo provocar a mi misma, cuando no es cierto, porque el efecto del que trato de hablar solo lo siento cuando alguien lo ejerce sobre mí. Tal vez esto es darle demasiado poder al otro, pero es que ese otro no se encarna en mi vida con la suficiente frecuencia. Pocas veces llega alguien que me provoca desvestirme frente a su mirada a veces fija, a veces esquiva, alguien que me invite sin palabras a quitarme lentamente la coraza de mi fortaleza ante su presencia.

Es cierto que uno puede sentir tranquilidad por si mismo y a solas, pero yo, a mis 38 años tengo que asumir lo mágico que es sentir sosiego por la presencia de alguien, por la atención de quien que no ejerce ninguna autoridad sobre mí, si no una ternura que taladra la indefensión que no me atrevo a mostrar tan abiertamente.

Esa atención me da la oportunidad de no estar a cargo de todo por un instante, de no ser quien toma todas las decisiones por minúsculas que sean, de dejarme llevar por las circunstancias sin temor a perderme, porque hay alguien a quien podré asirme mientras la cotidianidad me destruye.

Ahora, a partir del sabor de esa sensación redefinida, siento ganas de apoyar mi cabeza en ideas ajenas que me permitan tener sueños diferentes a los que me aquejan, rozando el concepto de pesadilla. Ahora, se me antoja reposar en un hombro confiable y silencioso, cuya única intención pícara sea la de abrazarme para protegerme de mis pensamientos más malignos, en plena consciencia de que puede convertirse en una víctima de ellos. Ahora, me creo capaz de prescindir del control que ejerzo constantemente sobre el mundo, para que el mundo me controle brindándome la paz que no me puedo permitir, cuando soy yo la que tiene la última palabra.

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