Septiembre

 Gregory, quien de adulto y en la distancia me sigue pareciendo el ser fabuloso que era cuando lo conocí siendo un joven voluntarioso, me preguntó hace un par de días “B, hay algo entre tú y septiembre?” y yo, revuelta y desprevenida, respondí con lo más racional que se me ocurrió. El cumpleaños, el aniversario, la actividad repetida en que nos encontrábamos por una semana cada año y la celebración de los días 23 que supongo me daba felicidad.

Él dice que por algún motivo septiembre le recuerda a mí, y yo creo que es que en septiembre nos conocimos verdaderamente, tal vez antes nos habíamos visto, pero estoy segura de que ese compartir intenso y continuo nos convirtió en amigos y aun se siente fuerte, por estos días en que posiblemente al corazón le da por revivir con más fuerza sentimientos.

Mucho ha pasado desde el último septiembre que nos vimos y se puede decir que hasta nos convertimos en personas diferentes. Tenemos historias que nunca compartiremos, habremos sufrido en la ausencia del otro, pero siempre guardaremos un profundo respeto por la cotidianidad que compartimos y que muy seguramente nos mantendrá unidos, en una amistad que se quedó en pausa, pero a la que nunca le dimos “stop”.

Lo cierto es que, gracias a Greg, recordé que para mí, septiembre siempre ha sido un mes especial que suena a conjuro, a miradas nuevas llenas de magia que le recuerdan a uno que la energía se renueva, aunque uno esté consumido o de cierta forma paralizado.

Un septiembre nació el amor que llegaría de segundo a mi vida pero que llegaría para quedarse, en otro se concretó con un beso el primer afecto por el que me desviviría, en otro se creó formalmente mi familia para acompañarme de por vida desde que decidí invadir el mundo sin previo aviso. Muchos septiembres se vivenció la juventud a plenitud entre jardines y risas de personas que serían tan pasajeras en mi vida como permanentes en mi corazón, en septiembre se despertó el deseo, se redescubrió el sosiego.

En septiembre recula el calor del ambiente pero se atiza el calor interno, se le da la bienvenida a las futuras equivocaciones y se ponen en perspectiva los aciertos, se revive el Nam Myoho Rengue Kyo con su fuerza que atraviesa el universo, se visita el mundo de los otros, se publican las palabras por tanto tiempo en “stand by”, se demandan abrazos para impregnarse del otro y poder revivir su presencia, cuando su ausencia duela bajito. En septiembre se transgrede.

En septiembre vuelven a volar los dragones y se mueren reinas, aunque las dinastías permanezcan. Durante este mes en algunas partes del mundo tiembla de manera raramente consistente y se me despierta la nostalgia por los que sienten moverse su mundo, sin tenerme a mi como epicentro.

En septiembre hay un equinoccio que intenta hacernos creer que un día puede durar lo mismo que la noche, cuando la vigilia ensancha la vida para que quepan los sueños y las pesadillas. Son días de lucha que recuerdan que el mundo se pudo unir un día para la guerra pero que también puede hacerlo para la paz, de reconciliarse con el espejo, días en que los niños salen hasta debajo de las piedras, los natalicios se duplican y el calendario y la etimología se cuestionan entre sí la pertinencia del número siete.

En septiembre siempre vuelvo a enamorarme y a aceptar los sentimientos pasajeros me depuran en lugar de corromperme. En septiembre me asumo perversa por disfrutar la cercanía del ocaso del año, solo por la idea de que siempre puedo volver a comenzar.

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