Sobre la infertilidad
En mi cabeza he
empezado este texto muchas veces, pero nunca he sabido muy bien como continuarlo,
porque la mayoría de ellas ha significado revivir un duelo y sanarlo en lo que
dura un trayecto de autobús, para no llegar a la casa o al trabajo abatida y
desolada. No creo que se trate de escribir para superarlo ni para recordarlo
desde la resignación, pero tengo este compromiso conmigo misma de asentar algunas
de las cosas que he pensado en todos estos años en los que la búsqueda
incesante de un hijo mutó de un sueño en una obligación, y finalmente en un
vacío lleno de sollozos que no se silencian nunca por completo.
Creo que la frustración
por no procrear no se me acabará nunca y aunque siempre quiero decir que ya no
me duele y eso es sincero gran parte del tiempo, hay instantes en los que se me
cierra la garganta y me zambullo en una tristeza tan ancha y profunda que
siento que me ahogo. Afortunadamente, esto pasa cada vez menos y eso que llamo
resignación se parece más a la aceptación de mis circunstancias.
Hoy, se me hace
un poco más fácil recordar ese viaje marcado por pruebas de laboratorio, por
hiperestimulaciones hormonales, por pinchazos en la panza, en los brazos y en
la conciencia; por quimeras anestesiadas, por fecundaciones en miniatura; pero
no se me hace fácil recordar las tantas maneras en las que que me encontré
suplicándole vida a algo que no era visible en una plaquita transparente y en
las que la gonadotropina coriónica me declaró una guerra que ambas perdimos por forfeit.
Cada fallo de implantación, cada negativo me hacía morir un poco a pesar de que
era ahí cuando se hacían más evidentes mis latidos, mi respiración y el
entendimiento de que mi sangre seguía bombeando vida en un cuerpo que por
momentos se sintió carente de espíritu.
Tantas veces he
sentido culpa que aun después de tantas sesiones de terapia, culparme sigue
siendo un acto reflejo y sigo trabajando en eso. En la culpa por haber esperado
tanto, en la culpa por no saber conjugar mejor mis células con las ajenas, en
la culpa de no saber programarme neuro lingüísticamente, de no saber decretar y
atraer un alma a la mía, en la culpa por haber dudado si quería la maternidad con
el corazón o por las expectativas de otros.
Mucho he sufrido
preguntándome porque nadie me eligió cómo su mamá como yo estoy convencida de
que elegí a la mía y me refugio en el pensamiento que justo ella verbalizó alguna
vez y es ese en el que tal vez la vida es como un algoritmo y el orden de las
cosas es el que es y a mí me tocó este código incapaz de multiplicar genes y de
enorgullecer a Mendel.
Por otro lado,
es cierto que la ilusión que me hacía convertirme en la dadora de vida para
otro ser humano me llenó de tanto ruido como de silencio, de una música esperanzada,
de una razón para levantarme en las mañanas cuando mi día a día había perdido
mucho de su magia. Por aquel entonces pensé en un nombre diferente a blastocisto,
compuse en mi mente su canción, preparé mis brazos para ser su cuna y mi alma
para entregarme toda al deber de cuidar de otra persona por siempre. Pero “siempre”
no existe y “todavía” me suena muy arriesgado. Ya le dije adiós a los hijos no
concebidos y haberlos soñado es más lindo de lo que hubiese sido no haberlos querido.
La infertilidad
es un proceso muy solitario y gracias a eso conocí partes de mí que no hubiese podido
entender si fuese un proceso concurrido, y aunque es verdad que hoy no sería lo
mismo sin los intentos y la psicología aplicada a mi luto, el sanar es algo que
lleva tiempo y que implica una fortaleza que no creí que tendría. Puede ser que
esta sea la verdadera razón para vivir esto y que la lección sea, que sí, que
puedo y que esa fuerza ya no me abandonará nunca.
Durante todo
este proceso que terminó por golpearme con una certeza que se me antojaba injusta,
han sido demasiadas las veces que alguien a quien le importo me dijo que dejara
la situación en manos de Dios, pero lo cierto es que para mi la confianza en la
ciencia es lo que más se me parece a la fe y tampoco ahí hubo respuestas. Yo
creo que tengo mucho para dar y a veces se me hace incompresible el porqué no
tengo, por ahora, la oportunidad de hacerlo a alguien que me diga mamá y se
que eso no tiene una respuesta, pero sin querer sigo tanteando al universo a
ver si me inventa una.
No puedo decir
que hoy me sienta inconforme con mi realidad porque eso sería absolutamente egoísta
para conmigo misma, porque la sonrisa con la que logro enfrentar casi todos mis
días es una sonrisa genuina que viene de una sensación sincera de plenitud, pero
si estoy inconforme como queda uno cuando no puede cumplir sus sueños con la
belleza imaginada y anticipada. Han sido muchos los intentos estériles, las
deudas, las lágrimas, las esperanzas vitrificadas, y las promesas desvanecidas,
pero también ha sido mucho el amor.
Es difícil continuar,
pero también es un despropósito dejar un aliento en pausa porque no pudo
prologarse a través de otro, y tal vez la existencia, al menos la mía, sea
justificada por este aprendizaje, por esta negativa de mi aparato reproductor,
por esta ironía que representa que en tantos aspectos de mi vida tenga lo que
parece ser una gran capacidad creativa, excepto para crear otra vida, y que
me obliga a enfocarme en seguir creando la mía y nada más.
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