Sobre los espejos
Me gustaría recordar la primera vez que me vi en un espejo y entendí que el reflejo se trataba de mí. Mis primeras memorias enfrentándome a una yo repetida en un plano brillante son algo tardías y se remontan a los días en “Piruetas”, mi academia de ballet, cuando la estancia revestida de cristales que contenían una sucesión de fotogramas danzantes me permitía descifrarme a partir de mis movimientos rítmicos y controlados. Sé que tenía la mala costumbre de evadirlos para mirarme directamente los pies y las manos que seguían instrucciones acompasadas, pero también sé que eventualmente me habitué a la posibilidad de encararme con disciplina y autocrítica. En cambio, recuerdo cómo de manera muy temprana mi hermano se veía en esa superficie lisa pensando que era otra persona, a la que incluso le puso nombre y se dedicaba a cuestionar por qué le copiaban los movimientos. Supongo que cuando uno se hace consciente de que puede mirarse como lo miran los otros y se da cuenta de que es una combinación curiosa de expresiones y rasgos, inicia un viaje de aceptación que no acaba en el espejo, sino que continúa con nuestra proyección en la mirada de los otros.
Luego, con
el paso del tiempo, el reflejo en el espejo se convierte en la respuesta al
estímulo que es la necesidad de reconocerse, uno se asume artista y se muestra
con todas las caras posibles, sin necesidad de máscaras ni disfraces. En
ocasiones, un espejo funciona como artefacto que se transforma en la manera más
fácil y cruda de hacerte un autorretrato, a lo Dorian Gray.
En esos
momentos que decidimos escrutar la imagen propia, la luz que involuntariamente sale
de nosotros no es capaz de mentir, y solo queda la verdad que decidas confesarte.
A veces, observamos a un desconocido porque llevamos mucho tiempo ignorándonos y
depende de uno si se arriesga como Alicia a atravesar el concepto que se le
presenta como mundo al revés y a vivir la aventura de viajar con la única
compañía de su consciencia. Obviamente en esto hay un riesgo porque hay quien piensa
que mirarse de esta forma, va sobre analizar el cuerpo y los defectos, o de exacerbar
el enamoramiento que algunos tienen de si mismos, pero lo cierto es que el
reflejo que se te devuelve puede mostrarte tu paisaje interior cual ventana al
intelecto, a tus valores o a tus sentimientos. Estar ahí, de pie frente a un objeto
mágico que puede cumplir deseos, que te muestra tu clon en tiempo real, es una
oportunidad más que valiosa para verse hacia dentro en una íntima soledad y
hacerse preguntas que no podríamos contestar en voz alta y mirando unos ojos ajenos,
pero a veces, si son los ojos de otros los que tienen la capacidad para devolvernos
algo que creíamos perdido. En cualquier lugar puede haber una respuesta, el
agua puede ser espejo, en el que se pueden sembrar narcisos.
Hay quien
quisiera que los espejos sirviesen para inquirir a otros, para descubrir
blancas nieves en un mundo en que todos podemos ser Grimeldas, pero el mundo
entero nos brinda la oportunidad de refracción de nuestro espíritu fusionado
con el mejor traje para la vida. Por eso es injusto y hasta mezquino, voltear la
mirada para escondernos de nosotros mismos.
Por estos
días el espejo me muestra a una conocida de toda la vida, a una que se parece
mucho a la que fui pero que arrastra más secretos y menos prejuicios, me
planteo que tal vez mi hermano tenía razón y somos personas distintas pero
indiferenciables porque no existe un escenario en el que vivamos la una sin la
otra. La imagen en el espejo es muy parecida a la sombra que se nos amarra por
los pies, aunque intentemos echarnos a correr, pero con la diferencia de que la
sombra nos muestra el contorno y el espejo lo que contienen la silueta y el
alma.
A veces quisiéramos tener la suerte de los vampiros que ven para siempre perdida la posibilidad de rencontrarse con ellos mismos, pero estamos hechos de ondas que inevitablemente encontrarán reposo en una otredad que se devuelve. A veces, quisiéramos ser nosotros quien habita dentro de ese mundo tras el marco que sostiene algún mundo paralelo para poder observarnos sin sentir culpa por no estar viviendo. Yo, por ahora me esfuerzo por volver a vivir como la niña que se mira a sí misma sin tenerle miedo a romperse, por ignorar la posible condena a siete años de mala suerte si no puedo evitar volverme pedazos.
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