Sobre la casa de mi abuela materna
La
sensación de atracar en un puerto conocido es muy parecida a salvarse, puede
ser que el viaje para llegar a él haya sido largo y peligroso y que se hayan
enfrentado demonios, tormentas y mareas, pero tocar por fin la tierra es como
llegar a un refugio y tener la certeza de que todo estará bien. Eso es lo que sentía
cuando llegaba a la casa de mi abuela materna, donde aprendí la noción de seguridad
que siempre buscaría en cualquier otro lugar.
Ahí fue al
primer lugar al que pertenecí, al que llegué cual sorpresa y donde abrí por
primera vez los ojos a sentirme amada y protegida. Las personas que habitaban
esa casa no eran solo mi familia, sino como una suerte de corte noble que estaba
ahí para cuidarme mientras crecía. Mis abuelos los regentes perfectos de esa fortaleza,
mis tíos como caballeros y guardianes y mis tías como hadas madrinas cuya magia
provenía de la incondicionalidad.
Hoy soy capaz
de recordar perfectamente sus pisos brillantes, el color de su luz, el sonido
que salía de vez en cuando del piano y el de los sapos y la noche, que todavía
hoy sigo recordando como el sonido más bello del mundo. Recuerdo cómo se veía
el cielo desde su porche, el suave aroma anisperado que traía el viento
mientras atardecía y el perenne olor a café que desprendían sus paredes. A veces me invade la nostalgia por los
momentos que viví ahí y la sensación se sucede rápidamente por una necesidad de
agradecimiento por la fortuna de aprender entre sus espacios valores como la
humildad y la compasión.
De niña, la
casa de mi abuela era más mi hogar que mi propia casa o por lo menos así lo
evoca mi memoria. Repaso mis momentos de llanto cuando mi mamá tenía que partir
por algún motivo y yo quedaba privada en los brazos de mi abuela por horas que
parecían días; las muchas veces que mi abuelo echaba mano de cuanto objeto
había caído en desuso para crear el pesebre más hermoso que he visto nunca y
con el que se superaba año tras año; los tan preparados y madrugadores paseos a
la playa que en su momento no valoré lo suficiente; los juegos con Daniel en el
patio de atrás simulando que coexistíamos con Batman y Robin; el cuadro
hipnotizante de una niña de otra época que me parecía familiar y que todavía me
obsesiona; el brazalete que llegó a mi cuando cumplí los 15 años al tiempo que
daba aquella infantil probada al sufrimiento cuando tuve que decir adiós por
primera vez.
La más
temprana lección de estructura que recibí en la vida me la dieron los pilares
de esa casa y no hablo de las columnas que sostenían su techo, sino de Belén,
Isidro y Dora, quienes edificaron a punta de esfuerzo una familia que creció como
tenía que crecer, obligando así mismo a aumentar el número de cuartos. El
tiempo pasó muy rápido en esa casa medianera y un par de esos soportes nos
dejaron demasiado pronto, pero su fuerza permaneció para siempre adosándose a
sus muros ayudando a cargar sobre sus hombros la responsabilidad de continuar, a
la mujer más fuerte que conozco. Mi abuela resistió el embate de una ausencia
demasiado pronta y con su ejemplo me hizo saber que gracias a sus genes estaría
preparada para lo que tuviese que enfrentar.
El material
depositado en mis cromosomas y forjado bajo su amparo me heredó un sin número
de cualidades, peculiaridades y alguno que otro defecto, entre ellos la
dificultad para callarme. Paradójicamente creo que eso me hace tan proclive a
las palabras lo que resulta en mi propia manera de salvarme. En este momento
asumo esa como la mayor de las bendiciones, ante la incertidumbre del tiempo
que me tomará volver a esas orillas.
Por ahora no me queda más que fondear en medio de este mar distante usando como ancla la esperanza de volver a atravesar la plazoleta, tocar el timbre mirando hacia la puerta y esperar el tan anhelado abrazo en el porche al que constantemente me devuelven mis sueños.
Repentinamente, me llevaste de vuelta a un pasado tan bonito como ese que describes, mas atras aun, en momentos que necesitamos cobijo, los sobrinos de tu abuela materna, nos saturo de cariño que perdurará toda nuestra existencia, a su lado, esos pilares que nombras, Belen e Isidro, los viejos jajaja,.. Gracias por esas palabras tan merecidas para esa noble mujer, tu abuela, mi tía, y tambien por la familia, tus tios, mis primos, que dispersos en estos tiempos nos une el respeto y el cariño de siempre.
ResponderEliminarGracias. Mi abuela Dora es un tesoro y somos muy afortunados de tenerla en la vida.
ResponderEliminarAyyyy Sra Dora, me remontó a muchos años atrás... cuando comencé a leerlo que inició la descripción de la casa, la mata de níspero, de cuando nos sentábamos allí a hablar a tomar café, el corazón se me comenzó a engarruñar con tan gratos y bellos recuerdos de todos ustedes... Que nostalgia y agradable recuerdo, hoy en mí celebración de la vida me encantó su regalo. A todos ustedes los quiero mucho, a pesar de que no los vea frecuentes siempre están en mis pensamientos 😘
EliminarLlegue allí una mañana cualquiera con el temor de encontrarme con una persona altiva y prepotente nada más lejos de la realidad allí reí lloré los conocí a todos y de todos guardo un bello recuerdo. ...espero algun día volver y tocar ese timbre y ver nuevamente a mi gran señora Dora. .....siempre en mi corazón
ResponderEliminarLlegue allí una mañana cualquiera con el temor de encontrarme con una persona altiva y prepotente nada más lejos de la realidad allí reí lloré los conocí a todos y de todos guardo un bello recuerdo. ...espero algun día volver y tocar ese timbre y ver nuevamente a mi gran señora Dora. .....siempre en mi corazón
ResponderEliminarQue linda forma de recordar la infancia, con tus palabras me llevaste a mis propias primeras fortalezas: las casas de ambos abuelos, y todas las aventuras y sensaciones que me dejaron. Gracias por esto!
ResponderEliminarNunca lo pensé así, vaya que si, una más fuerte que otra.
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