Sobre Ciudad Piar
Dicen que uno siempre extraña los sitios en lo que fue feliz y no puedo estar más de acuerdo. Se que no todos tienen la suerte de tener una infancia maravillosa y la mía estuvo dividida entre dos lugares que fueron el caldo de cultivo perfecto para el desarrollo de mi imaginación y mi disciplina. Esa posibilidad de segmentar episodios de mi niñez, me permitieron ampliar muy pronto mi forma de entender lo que me rodeaba y multiplicar ilusiones y proyectos que arrastré hasta mi adultez.
Ciudad Piar
fue el primer lugar que aprendí a extrañar, porque solo iba de visita cuando la
vida corriente se ponía en pausa. La llegada de las vacaciones era un evento
especial para mí porque significaba un nuevo encuentro con mis primas, días
venideros de piscina en el Club Tocoma y juegos e infinitas jornadas de
disfraces, coreografías y lectura. Obviamente yo era la prima más aburrida porque siempre quería jugar a la maestra y por
ratos me encerraba en un cuarto a leer cuentos increíbles que condicionaron mi
vida. “El Quillet de los niños” y el “Nuevo Tesoro de la Juventud” escondidos en una de las habitaciones revelaban ante mi un mar de conocimiento que de manera muy prematura quería poseer. Recuerdo
horas eternas de compartir con las que fueron mis primeras amigas en la vida y
más adelante, de mirar desde la recién adquirida madurez adolescente, los juegos
de los hermanos varones que llegaron a completar nuestro árbol genealógico.
Ver pasar el logo de Ferrominera y llegar ahí, era nadar en una laguna de júbilo, disfrutar de la planitud de unas calles tan
seguras como el paraíso y de una libertad algo absurda para un niño. Había decenas
de parques en los que columpiarse; algunas bajadas en las que experimentar la
velocidad sobre una bicicleta, con el riesgo siempre materializado de sufrir
una herida de guerra; casas que salpicaban un extenso territorio esmeralda plagado
de tortugas y tubos en jardines con la altura justa para balancearse. Las moradas de los vecinos siempre estaban abiertas, así como lo estaban amplias sus sonrisas.
En esa área
urbanizada, hogar de menos de cuarenta mil habitantes y con pretensión citadina,
los colores eran tan vivos como el eco de nuestra risa. El cielo exageraba
con su azul salpicado de nubes tan blancas como nuestra inocencia y el verde parecía adoptar todos los tonos posibles al tamizar la
luz para producir la sombra y devolvernos una sensación térmica un poco más
noble. Su espíritu siderúrgico contagiaba de carmín su suelo y chispeaba de
negras piedras los caminos destapados que parecían haber sido transitados por duendes
y unicornios. Una cinta amarilla cobraba vida a través de la locomoción, transportando riquezas regaladas por
el cerro que justifica su existencia.
En cada
esquina, Ciudad Piar guardaba una historia familiar preciosa y una de esas era
la de la familia cuyo apellido porto tan orgullosamente. Ahí nació mi gusto por
la fantasía y me preparé para lidiar con mis monstruos por venir con algo
parecido a la magia. Al pensar largo y despacio en el tiempo en que crecía mientras los visitaba recurrentemente, me detengo en muchos detalles que llenaron de
significado mis futuros sueños, como la alegría genuina de una de mis tías cuando comía torontos;
la torta que todos esperábamos degustar el veinticinco de diciembre, el
pasticho y la torta de pan cada noche de navidad hechas por las manos fabulosas de mi abuela, y que devorábamos justo antes de salir
a recibir a santa. Recuerdo a relámpago moviendo su cola para espantarse las moscas; el
pino del patio de atrás que terminó por rendirse a su suerte; el columpio de la
discordia en la mata de mango; el payaso de vidrio que custodiaba el pasillo a
las habitaciones; la mata del frente cuyas hojas utilizábamos como dinero
cuando jugábamos al banco, el sonido de la lluvia en el cuarto del aire
acondicionado y por supuesto ese cuadro de la sala que podía mirar por horas y
cuyo título lleva por nombre mi primer libro.
Gracias a mis
abuelos que hicieron de ese lugar en un pueblo tan pequeño el centro de mi mundo,
pude aprovechar sus historias para llenar de quimeras mis ganas de crecer. En Ciudad
Piar habitará para siempre un poco de mi y confieso que todavía mi manera de
extrañar ese pasado me deja al borde del llanto. A Piar siempre querré volver y
espero que quienes deban ocuparse de eso cuando yo deba dejar este mundo, recuerden
que siempre digo que si hay un lugar en el que quiero descansar eternamente en
forma de polvo, es esa laguna en la periferia donde alguna vez me llevaron mis
padres para darme una lección de altruismo.
Ciudad Piar oculta demasiados tesoros, hoy tal vez solo en forma de recuerdo, pero el más grande de ellos son mis abuelos y mi manera
de honrarlos el día de hoy es abrir los ojos de mi corazón y dibujar de memoria
la casa que atesora la Luz de la familia, para por un instante sentir que he vuelto
y que puedo dejar de añorar.
Aquí contigo cuando pequeña nació la complicidad de tu amiga secreta,los duendes en el árbol,mis vecinos de aquella casa en el centro de un jardín cuadrante con palmas y césped,donde llegaban todo tipo de aves hermosas , gran cantidad de chiquitinas morrocoyitas, vecinas que te querían mucho,hija vivimos a plenitud la naturaleza y la compañía de tus abuelos, tíos y primos
ResponderEliminarMe gusta tu escrito te felicito sigue adelante, yo estudie con tu padre, buen amigo y buen ciudadano, lo que me extraña de manera especial , es que no mencionas a nuestro Cerro Bolívar, de verdad que me extraña, saludos y sigue adelante, Señorita Guzmán, Dios la guíe.
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