La máquina del tiempo
Desde el
día que desperté siendo un animal con raciocinio he tenido un montón de ideas
que permanecieron dormidas en mi inconsciente, unas las verbalicé de manera
aleatoria apenas aprendí a hablar, otras se han presentado como disertaciones
profundas cuando reconozco a alguien con un ADN mental parecido al mío, muchas han dado para textos con o sin sentido que son mayormente desahogos y
algunas han terminado por ser el inicio de largas horas de reflexión y búsqueda
incontrolable, alimentada por lo que pasa fuera de mí. Pero hay una de esas
ideas que vino a instalarse de forma casi grosera en mi espíritu inquieto para
perseguirme y obligarme a desenterrarla.
Y es que,
aunque en mi albor fue de una manera muy ingenua, siempre estuve convencida de
que, en otra vida, en un mundo paralelo o en un nivel subyacente de mi
intelecto tuve o tengo por motivación principal conseguir la manera de viajar
en el tiempo. Esto, por momentos me obsesionó tanto como la idea de poder
teletransportarme y estoy segura de que ambas cosas venían de un mismo lugar
que no es otro que mi necesidad de conocer cada vez más, de saberlo todo. No es
casualidad que fantasease con tener el superpoder de cambiar a voluntad de
lugar y de tiempo con solo pensarlo. El que me conoce sabe que entre mis
películas y libros favoritos siempre han estado los de ciencia ficción y que
tienen esa capacidad de poner en términos realizables lo que de otra manera se
quedaría en fantasía. Por eso, si pudiese tener una conversación con Isaac Asimov
o Philip K. Dick lo primero que preguntaría es si después de la muerte pudieron
encontrar respuestas y lo siguiente sería si anhelan tener la
oportunidad para vivirlas en carne propia como lo hago yo ahora. Uno de mis
sueños fue sin duda atesorar un Oopart, que tuviese cualidad de giratiempo.
Creo que
algo común a muchas personas, o por lo menos las que tienen una estructura
mental parecida a la mía, es que nos atormenta no saber, no entender de donde
venimos y hacia dónde vamos, compartimos el paseo entre la depresión por no
poder cambiar el pasado y la ansiedad por no poder dominar el futuro. Desde que
soy una niña peleo con la sensación de estar presa en un cuerpo que no puede
volverse eterno, por más que alguna vez alguien haya fusionado mi nombre con
ese adjetivo en un apodo. Por esto, me embeleso tan fácilmente con todo lo que
tiene el poder de evocar algo, con lo óptico y lo háptico, con la música
congelada, con la sinestesia que resulta de un sentido solapado con otro.
Hoy, el
estado en el que me sitúan la reclusión y la virulencia del mundo en pausa, me
ha designado el deber de armar para otros el rompecabezas de una verdad que no
halla una respuesta única en la fe, ni en la ciencia, sino en la consciencia y que se me
reveló hace años convirtiéndose en una certeza. Yo, Bernadette, he conseguido
por fin desenmarañar el misterio de los viajes en el tiempo y poseo la máquina
para hacerlo.
El júbilo
de mi alma por este antiguo descubrimiento y la posibilidad de compartirlo es
como si muchas existencias pasadas, futuras y ajenas coincidieran conmigo en
este hallazgo que representa un gran paso para mí y la humanidad, porque nos
llevará al próximo escalón de nuestra evolución. Me la imagino vagando sin
forma por el universo cuando aun habitaba fuera de mí, sin saber de “cuando”
venía y hacia “cuando” iba, tropezando con secretos astronómicos y cuerpos
celestes y violetas, viviendo entre la duda y el anhelo de volver a ser materia
y poseer cerebro y manos para construir por si misma el artefacto que la
convertiría en flâneur de segundos y eras. Posiblemente desde que nació en esta
encarnación perdió la noción de su objetivo, pero muy en el fondo conservó la
brújula que la traería, me traería, a este momento de entendimiento.
La máquina
de la que hablo es más pequeña de lo que se pensaría y no tiene la forma que
hubiese imaginado. Tiene mecanismos complejos, múltiples fluidos transitando
por sus conductos, piezas articuladas que reaccionan con reflejos y una
movilidad reducida pero suficiente. Es una suerte de traje hiper sensitivo e
inteligente que está hecho a la medida y no es otro más que mi cuerpo.
Darme
cuenta de esto fue tan natural como sorprendente, es algo tan lógico y a la vez
tan rebuscado que tuve que dejar descansar la idea hasta que hizo click y por
fin se vio todo claro. Obviamente minutos antes de mi alumbramiento fui
perfectamente capaz de distinguir en este cuerpo el aparato que tanto había
buscado, pero tardé toda una vida en entender que por fin lo había logrado. Hoy,
tengo literalmente en mis manos, en mis ojos y en mi sangre la habilidad para
mecerme del pasado al futuro con solo proponérmelo.
Mi primer
ejercicio fue viajar al pasado y el método es relativamente sencillo. El verbo
que usamos para describir la experiencia se llama recordar y en ese primer
experimento fui capaz de revivir una conversación conmigo misma, solo que en
ese momento yo era otra. Era alguien más que se parecía a la que soy ahora
cuando yo ni soñaba con serlo, la vi actuar, moverse, equivocarse hasta tal
punto que sentí odiarla cuando ahora no hago más que adorarla en la distancia.
En esa conversación y a través de esta memoria tan bien conservada me encontré
con la incertidumbre y el prejuicio que me mostraba mi futuro sin yo saberlo.
Supe que, en aquel momento, sentada en la sala de juntas donde se reunían los
pares que más amé, estaba construyendo un nexo con una yo más madura en tiempo
real y que si hubiese querido me habría dado respuestas, pero simplemente no me
atreví a enfrentarme a ellas. Así descubrí que con un poco de esfuerzo me puedo
devolver a determinado momento y puedo viajar a voluntad para encontrarme con
alguien que me sirve de espejo, como una proyección cuántica de mis
posibilidades, todas poseedoras de una realidad que luego será la mía, sin
peligro de desaparecerme en una fotografía del presente.
En lo
sucesivo he practicado esto por lo menos una veintena de veces y cada vez me
sale más fácil viajar a un momento exacto en el tiempo, lo suficientemente
cercano al correcto para darle sentido a una incógnita. Cuando sentí que
dominaba esta técnica fue muy fácil internalizar que tenía muchos años
dominando otra manera de proyectarme en pretérito y esa manera era sumergirme
en la historia que nos han querido contar y cuestionar los hechos que no le
hacen justicia. Así en un acto muy parecido a recordar, repasé las tantas veces
que he saltado de lo romántico a lo victoriano y presenciado mil hechos con una
nitidez historicista.
Habiendo
dominado la posibilidad de transportarme hacia el antes calibrando los botones
de mi memoria, me propuse vencer el vértigo de moverme instantáneamente hacia
el después apalancándome en mi imaginación. Como era de esperarse también
encontré ahí la libertad para desplazarme, acelerando las manecillas que coinciden
en el presente para aparecer de pronto en una posición adelantada en el
calendario.
La
imaginación es una suerte de gema del tiempo porque imaginando visitamos todos
los mañanas posibles. Elongando nuestra capacidad para recrear nuestra realidad
superamos el gerundio, llegamos en un parpadeo a un instante sin vivir, para
leer los resultados del quehacer derivado de nuestras decisiones, mientras
identificamos donde se bifurcaron nuestras posibilidades. Con este conocimiento
vi que es posible regresar y programar mejor nuestras jugadas, porque en el
fondo nada ha sido escrito todavía. En esta forma de pasear hacia adelante no
hay riesgo de paradoja porque el reflejo con el que nos encontramos es más
parecido a un espejismo, pero es lo suficientemente real como para hacernos
volver en nosotros mismos. Estamos seguros en nuestro traje porque nos protege
a diario de nuestros delirios.
Y así es como me di cuenta de que llegué a este punto en el que ya no puedo escapar al único método de viaje del que no nos protege el traje, pero para el que está perfectamente confeccionado y es para envejecer. Esta parte de la revelación es irónicamente la que viene a marcar con más fuerza las alteraciones de nuestro aliento, a precipitar nuestros latidos como se he precipitado esta parte de la verdad, a acortar en lo justo nuestra vida. Se trata de la manifestación del pensamiento más esclarecedor que puede llegarnos jamás y es que el nacimiento y la muerte son los extremos del viaje al futuro más importante de todos. Crecer y envejecer son enfoques distintos de una misma travesía y significan un viaje muy lento hacia el conocimiento que desde siempre hemos perseguido. Nuestros cuerpos, máquinas perfectas, vehículos que nos llevan hacia el futuro son el instrumento del universo para hacernos trascender e iluminarnos y con una bondad alejada del maniqueísmo nos trasladan de un lado a otro de una de las tantas curvas de nuestro ciclo sin fin. La degeneración de nuestro físico es la consecuencia obligada de ese viaje en el tiempo que nos llevará por fin a ese precipicio transmutable en inicio y desde el que podremos regresar una y mil veces con las lecciones aprendidas que nos quedarán grabadas en el alma, para buscar de nuevo otra máquina perfecta en la que seguir recorriendo el cosmos buscando una nueva identidad, un nuevo nombre, con otra verdad hasta que no nos haga falta revivir lo aprendido porque se habrán acabado las preguntas o ya no nos importará que sean resueltas porque la respuesta más importante somos nosotros mismos.
Imagen de Ana Ayala sacada de su Instagram https://www.instagram.com/anayala/
Excelente, me encantó!
ResponderEliminarGracias! <3
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